Antes de viajar por primera vez a Buenos Aires imaginaba una arquitectura musicalizada por bandoneones en cada esquina, la voz de Gardel en bares y la posibilidad de compartir una cerveza entre la charla de amigos y las rimas de algún tango. Esa ciudad que fue testigo del tono grave de Goyeneche y del atrevimiento de Piazzola quedó en el pasado y ahora las calles porteñas se han transformado con el paso del tiempo y sumergido en el beat de las nuevas generaciones.

Buscando -entre el afán de permearme por la idea de la ciudad bohemia que quería vivir- entre páginas y compañeros, fueron pocos los sitios donde me dijeron que podría ir a escuchar tango. Por eso, cuando supe de la obra de teatro La Falcón en el Teatro El Extranjero, no dudé en ir para sumergirme en las canciones y la biografía de Ada. Escuché de Ada Falcón por casualidad en una clase de dramaturgia. Un compañero quería hacer un trabajo de escritura a partir de la tragedia de Medea con la imagen de Ada Falcón y Francisco Canaro como Jason. Fue en ese momento que decidí indagar más sobre la vida de esta mujer del tango y del legado que representaba para la escena cultural femenina argentina.
La puesta escenográfica de La Falcón sugiere un bar donde el proscenio tiene mesas y sillas de los años treinta. Cuando entras al lugar la penumbra, las luces opacas entre rojas y ámbar te hacen sentir en un bar vintage. La tarima de fondo -donde músicos y actores reciben al público en cada rasgar de guitarra- focaliza la presencia de una cantante. La obra comienza con una canción, la presentación del inicio del musical narrada desde la madre de Ada, quien interpela al público para esclarecer cada escena.
El grupo musical logra sincronía y juegos dramáticos al momento de interpretar e iniciar una escena nueva, como una especie de antesala antes de narrar el siguiente fragmento de la historia. La destreza entre guitarra, actuación y voz es buena, hay precisión entre entrada y entrada de personaje, el musical a nivel técnico es muy bueno y logra evocar los años bohemios de tangos escuchados en radio, la ilusión de parpadear y estar viviendo un momento de la historia argentina, un momento musical. Sin embargo, al intentar imitar el registro de voz nasal de locutores de ese entonces e, inclusive, la misma voz de Ada Falcón, la actuación pierde fuerza y se vuelve repetitiva y monótona, restando la importancia del drama que busca el propio musical. Algunos impulsos se vuelven técnicos y caen en el tono aprendido donde la palabra -en términos de voz escénica- cae y no tiene un objetivo real, un impulso para generar la acción/reacción de cada interprete.
Sobre la figura de Ada
Hay algo en la dramaturgia y en la actuación que me hacen pensar bien en el objetivo del propio montaje. Es cierto que, gracias a las intervenciones musicales se logra recrear y, de cierta manera, brindar homenaje a la historia de esta mujer que decidió dejar la música de un momento a otro para recluirse en un convento lejos de la fama. Al ojo externo, se podría decir que fue una forma de expiar culpas por su romance fracasado con Canaro o por el hartazgo que representa ser el foco de medios, periodistas y demás. Sin embargo, el inicio y la propuesta que se construye del personaje resulta -en algunos casos- algo inmadura, casi una especie de mujer caprichosa que busca lo que le sucede al final. Es decir, la historia puede estarse contando no desde el punto de vista de Falcón, sino desde el punto de vista de Canaro o inclusive desde el punto de vista de su hermana.
La Falcón una obra escrita por Augusto Patané. Cuenta con la participación de María Colloca, Carlos Ledrag, Florencia Craien, Mónica Driollet, Sofia Nemirovsky y Federico Justo. La dirección de la pieza la hace Cintia Miraglia. La obra se presenta los domingos en el Teatro El Extranjero (Valentín Gómez 3378), a las 17:30 hs.
M. Andrea Soto
