En mayo de este año Julio Chávez bajo la dirección de Ricky Pashkus estrenaron una versión argentina de la obra La Ballena del escritor Samuel D. Hunter. Para este proyecto, también se sumó un elenco talentoso conformado por Laura Oliva, Máximo Meyer, Carolina Kopelioff y Emilia Mazer.

La obra narra la historia de Charlie (Chávez), un docente de literatura que sufre obesidad extrema debido a un luto amoroso que arrastra desde hace años. El hombre ha decidido aislarse por completo de su vida social y mantiene contacto únicamente con Ana (Oliva), una enfermera y amiga que se ha dedicado a cuidarlo. El conflicto comienza cuando Elie (Kopelioff), su hija de trece años, decide conocerlo y, a partir de ese momento, se empieza a construir una relación entre una adolescente en plena crisis existencial y un padre que busca la redención antes de morir.
La propuesta de Pashkus buscaba recrear el interior de un apartamento muy similar al presentado en la película estrenada en 2022. La escenografía mostraba un espacio sombrío pero acogedor, donde Charlie pasaba sus días solitarios entre la docencia y la enfermedad. Los colores tierra y la iluminación tenue contribuían a crear un ambiente íntimo en el que los espectadores eran testigos del sufrimiento alojado en el interior de aquel inmueble.
Sobre las actuaciones
La obra La ballena tiene una particularidad: al ofrecer un alto grado de intimidad para revelar paulatinamente el dolor que atraviesan los personajes, recuerda mucho el estilo propio del teatro chejoviano. Las pausas actorales, los silencios que revelan dolor interno, los monólogos extensos y las microacciones escénicas ayudan a construir el tempo y ritmo de la acción dramática, generando una catarsis final: la resolución de un conflicto humano.
La transformación de Chávez al interpretar a Charlie es un logro visual notable, dado que existía una dificultad real para el movimiento escénico e incluso para el habla. Sin embargo, algunos aspectos del vestuario y la indumentaria afectaron la emoción. Como mencioné antes, al tratarse de un teatro intimista, cada pausa y movimiento son importantes para dar verosimilitud al personaje. Por ello, detalles como la respiración, el centro corporal al desplazarse o la dificultad propia de una persona con obesidad quedaron ausentes. Esta contradicción surge al haber un impulso real (el traje para aumentar peso) y, sin embargo, no conseguir una sintonía total entre el actor y el personaje.
A esto se suma la dinámica establecida, que lamentablemente no alcanzó un grado de organicidad propio de este tipo de teatro. Esto puede percibirse, por ejemplo, cuando Elie llega por primera vez a la casa de Charlie; su tono de voz es neutral y algo recitado, lo cual no está mal considerando que es una adolescente en desarrollo. Sin embargo, ese mismo timbre resonante se mantiene a lo largo de toda la obra. La actriz logra construir una adolescente desde la imagen física, pero la relación con su padre nunca termina de consolidarse; por ello, la redención del personaje no se alcanza al finalizar el drama.
Algo similar ocurre con Ana (Oliva). Su personaje es creíble, pero muchos de sus diálogos parecen recitales que no profundizan en la incomodidad que implica cuidar a la ex pareja de su hermano fallecido ni en la culpa que se le atribuye por el daño psicológico y físico que experimenta Charlie. Lo mismo sucede con el papel del joven religioso interpretado por Meyer, ya que, aunque el personaje busca evangelizar, se pierde la sensación de incomodidad al enfrentarse a alguien como Charlie y cuestionar su orientación sexual.
Curiosamente, esto no ocurre con el rol que desempeña Mazer, quien interpreta a la madre de Elie. Aunque el personaje aparece pocas veces en escena, su entrada logra condensar la carga de una madre soltera y de una mujer rechazada por el hombre que amó y sigue amando. La actriz consigue que sus palabras revelen su dolor interno y, por ende, que su actuación sea tan verosímil que conmueve en tan pocos minutos.
La propuesta, en general, es interesante, y una manifestación clara de que en el teatro cada función suma y se vuelve una exploración de lo que se puede mejorar. Pondría sobre la mesa la necesidad de construir imágenes poéticas que puedan ayudar a extrapolar el dolor interno del protagonista. Esto se percibe en el juego sonoro que mezcla olas de mar y cantos de ballena. De pronto, para un futuro, esto se pueda explotar un poco más para que el cierre de la escena final pueda tener una mayor intensidad escénica.
La ballena se presenta en Paseo La Plaza (Av. Corrientes 1660) de jueves a domingo durante los meses de julio y agosto.
M. Andrea Soto
