Recuerdo muy bien la vez que un amigo argentino me recomendó una serie llamada Los simuladores. “Tenés que verla, che. Es más, la veo con vos para que me entiendas”, me dijo entre risas. Así fue como comenzamos a verla, desde el primer capítulo hasta el último de las dos únicas temporadas que se filmaron. Desde entonces, tengo muy presente quién es Diego Peretti y, por supuesto, Federico D’Elia. Para mí, ambos son dos “monstruos” de la actuación. Tranquilos, uso “monstruos” como un cumplido: en la serie, a mi parecer, devoraban la pantalla con su talento. Quizás por eso, al ver en la cartelera del Paseo La Plaza un afiche con estos dos actores promocionando El jefe del jefe, pensé: “Esta obra debe ser impresionante”.

El pasado jueves 3 de julio tuve la oportunidad de asistir a ver El jefe del jefe, una obra basada en una dramaturgia del reconocido Lars Von Trier, adaptada para el público argentino por Ricardo Hornos y Pablo Kompel. La dirección estuvo a cargo de Javier Daulte, quien reunió a un elenco de lujo: Diego Peretti, Federico D’Elía, Ariadna Asturzzi, Juan Isola, Cristian Jensen y Andrea Lovera.
La obra narra la historia de Cristián (Peretti), un actor contratado por Gabriel (D’Elía) para hacerse pasar por el dueño de una empresa y así cerrar un negocio con unos compradores asiáticos (Isola y Jensen). Sin embargo, nada resulta sencillo para Gabriel: los compradores le piden más tiempo para cerrar el trato, por lo que Cristián debe continuar interpretando al falso jefe frente al resto de los empleados. En el desarrollo de la acción, el falso jefe llega a conocer en profundidad a cada trabajador, generándose una serie de encrucijadas por el rechazo que sienten hacia su superior.
La trama en sí misma ofrece un escenario ideal para que los conflictos y equívocos surjan entre los personajes. Sin embargo, es necesario resaltar cómo cada intérprete logra, a través de la construcción de sus personajes, potenciar tanto el conflicto como los matices de comedia entre escena y escena.
Para empezar, es imprescindible reconocer el genio de Peretti, quien al inicio de la obra explica al público la convención que se desarrollará durante toda la ficción. Es interesante cómo, al abrirse el telón, se lo ve en el centro del escenario, vestido completamente de blanco, rodeado por el resto del elenco, quienes apoyan la explicación de la convención escénica. Esta primera imagen es fundamental: capta la atención del espectador gracias al juego de luces (en su mayoría blancas), la disposición simétrica del elenco y los recursos escénicos que se despliegan desde el primer momento. Desde entonces, la presencia de Peretti promete —y cumple— una interpretación memorable.
Me detengo especialmente en la actuación de Peretti porque, a mi parecer, es una verdadera clase magistral para actores y actrices. La improvisación a la que su personaje, Cristián, se ve sometido por los constantes cambios y conflictos con los demás personajes es de altísima calidad. Peretti no solo retrata la ardua y a veces precaria labor de los profesionales escénicos, sino que también demuestra, con gran oficio, los desafíos que enfrenta un intérprete. En su rol de jefe, Cristián menciona repetidamente a uno de sus grandes maestros, un tal Galvinni. Sin duda, esto es un guiño para todos aquellos actores de academia que, en su proceso de formación, han exaltado la teoría de sus maestros hasta convertirla en parte de su propio método interpretativo. Lo que podría parecer una burla, Peretti lo transforma en el motor vital de su personaje, la razón por la que se aferra a la teoría y se lanza a improvisar hasta las últimas consecuencias. Todo esto lo realiza con una pulcritud tal, que vemos a un actor desplegando al máximo sus recursos físicos y vocales, transitando de manera creíble por cada una de las imágenes que los empleados tienen del jefe.
También es necesario destacar el gran trabajo actoral de D’Elía. Como mencioné al principio, lo recordaba por una serie antigua, pero verlo ahora transformado en otro personaje ha sido revelador. A pesar de la inevitable comparación con su pasado, el actor demuestra su capacidad de transformación, no solo desde lo vocal, sino también desde lo corporal.
A esta dupla se suma el sólido trabajo del resto del elenco. Cada uno, a mi parecer, tomó una emoción clave de su personaje y la convirtió en el eje de su personalidad. Así, Juan Isola compone a un hombre dominado por ataques de ira incontrolables; tanto su corporalidad como su voz rozan el desborde emocional: siempre busca pelear, gritar, y su forma de hablar transmite una tensión constante, como si la ira lo consumiera. Cristian Jensen, en contraste, encarna a un hombre tímido, retraído y calculador. A pesar de su altura, logra contraer su cuerpo hasta parecer un ser pequeño, incapaz de confrontar a nadie y con un nerviosismo palpable en su voz. Otro contraste interesante es el personaje creado por Andrea Lovera, quien en su rol de empleada es extremadamente tímida y temerosa. Es una mujer muy sensible, siempre al borde de quebrarse y huir de las situaciones problemáticas. La actriz lo marca con una voz aguda, la mirada baja y un tic en la cabeza que revela un tempo-ritmo constante y lleno de miedo.
Para finalizar, es fundamental destacar el trabajo escenográfico de Julieta Kompel. La decisión de recrear el interior de una oficina con una estética brutalista y estructuras móviles que se transforman en cubículos encaja perfectamente con los juegos escénicos que el elenco utiliza para resignificar el espacio y renovar el tiempo escénico. Esto es crucial porque, aunque se trata de un teatro donde el discurso pesa más que la acción, las estructuras permiten a los actores crear desplazamientos que abren el texto y captan la atención del público. A esto se suma la iluminación de Matías Sendón: las luces violetas, azules y verdes contrastan con los grises y blancos de la escenografía, generando una atmósfera visualmente atractiva.
El jefe del jefe se encuentra en temporada en la Sala Pablo Neruda del Complejo La Plaza (Corrientes 1660). Las funciones son los miércoles y jueves a las 20:15; viernes a las 20:00; sábados a las 19:45 y 21:45; y domingos a las 19:15.
M. Andrea Soto
