“Un secretario del Vaticano, enojado por un motivo equis o porque lo dejaron sin postre, decide que el infierno ya no existe más: ha dejado de ser un lugar físico para convertirse apenas en una manera de decir”. Es lo primero que se lee en el programa de mano de Inferno, una obra escrita y dirigida por Rafael Spregelburd; con las actuaciones del mismo dramaturgo, Andrea Garrote, Violeta Urtizberea, Guido Losantos y con el músico Nicolás Varchausky. La sinopsis sugiere que el infierno se ha vuelto una palabra, pero si el infierno ha dejado de existir ¿qué es lo que sucede ahora? ¿A dónde van las almas que no lograron redimirse antes de morir? ¿Existen las almas? ¿Se quedan vagando eternamente en la tierra? ¿Están condenadas a repetir su miseria en la cotidianidad?

Al ingresar a sala solamente vemos un telón cubriendo todo el escenario y, en el costado izquierdo, una mesa blanca, sobre ella un maletín de oficina y encima de este dos sillas miniaturas. Lo que podría parecer una alusión al minimalismo queda anulado cuando el telón se abre de par en par: todo un desglose de información visual. Un telón de fondo a modo de persiana vertical simulando la imagen de varios ojos y bocas sonriendo y mirando al público. Alrededor de cuatro o cinco camas distribuidas por diferentes lugares; mesas, sillas, cuadros, muebles, escritorios, lámparas, teléfonos, vasos, copas y botellas de licor. Un verdadero caos que, de manera estratégica, hace alusión al conflicto central de la obra donde el mundo existe porque es palabra.
La acción inicia cuando Felipe, un escritor de reseñas turísticas para una revista, despierta en su cuarto y se encuentra con catequistas, quiénes le comentan el nuevo concepto del infierno, ya que, al no ser un lugar físico sino una palabra puede estar en cualquier parte, por ejemplo, en ese mismo espacio donde están reunidos. Para salir de él Felipe deberá reunir las siete llaves de la virtud: fe, esperanza, caridad, templanza, justicia, prudencia y fortaleza. Lo que podría volverse una acción directa entre el objetivo del personaje y los obstáculos para alcanzarlo termina siendo una metáfora de la narrativa a modo de matrioshka, donde una historia nueva es el desenlace para otra, y así, hasta volver al inicio: la matrioshka dentro de la matrioshka.
El caos
Tanto la escenografía como la música en vivo y la iluminación permiten situar al personaje en un recorrido sensorial donde todos los implicados -incluyendo al público- hacemos parte de este nuevo concepto del infierno. Nuestra mirada termina resignificando las risas y observaciones del telón de fondo, como si Felipe estuviera en una especie de yincana para salvar su alma del castigo terrenal. Spregelburd, como dramaturgo, sitúa la obra en la multiplicidad del lenguaje para ahondar en discursos sobre el plagio, la figuración y la literalidad. Es así como cada detalle en escena puede ser un foco de atención múltiple como sucede en la simultaneidad de dos relatos con dos personajes diferentes que parten de una misma trama sobre la idea original y el robo de esta en épocas diferentes. A esto se le suma el uso del objeto real y del imaginario, así como un actor puede encender y prender un cigarrillo, otra actriz puede hacer lo mismo simulando tenerlo en sus manos: la pantomima se mezcla con la realidad del objeto.
Todo el tiempo hay una sobrecarga de elementos que impide fijar la atención en un solo foco, como si fuera decisión del ojo externo escoger qué tipo de narración le interesa seguir, ya sea la del grupo Felipe-catequistas, la narración escenográfica o el recorrido musical de la pieza. El caos varía dependiendo del tipo de llave que debe conseguir Felipe, siempre hay un ir y venir en la dramaturgia que abre una historia nueva -vinculando a otros personajes- sin dejar de lado la columna vertical del relato, como muy bien lo dice el propio Felipe una especie de versión contemporánea de Las mil y una noches y los círculos del infierno de La Divina Comedia de Dante.
Las actuaciones son medidas de acuerdo con el momento que recorre cada personaje nuevo vinculado a la acción, inclusive, la misma participación del músico como parte de la historia. Sin embargo, y en medio de la sobrecarga de información, la pieza puede volverse extenuante por la multiplicidad de focos y la extensión del relato, donde, como espectadores, podemos agotarnos con la excesiva reiteración de los elementos que juegan a favor del discurso desarrollado por el director. A esto se le suman ciertos apartes como manifiestos del dramaturgo que, si bien aportan al desarrollo de la trama, también pueden jugar en contra al volverse solamente una mención más en la historia, el ejemplo de esto es la referencia que se hace sobre la Dictadura, la cual queda como funcional, pero no trasciende y va más allá, como una excusa del autor para comprometerse con un hecho histórico sin darle mayor trascendencia.
Por otro lado, cabe destacar el trabajo de Nicolás Varchausky, ya que, al no ser actor sino músico, se introduce en la pieza como parte fundamental del reparto. Sin él, la obra carecería de sentido. Tanto la sutileza de desplazamientos, como el genio de compositor, hacen que la atención en muchas partes de la obra se situé en él, como en el momento donde una cama pasa a ser un instrumento musical que resignifica el relato y permite el juego escénico caótico, entre otros.
Inferno es el más reciente estreno del director, actor y dramaturgo Rafael Spregelburd asistido por Pablo Cusenza. Cuenta con la participación en la ficha técnica de Santiago Badillo, Agustín de Martini y Lara Stilstein en la escenografía e iluminación; Lara Sol Gaudini y Marcos Di Liscia en el vestuario. El trabajo gráfico es de Estudios Marcos López y la producción ejecutiva de Andrea Stivel para El Patrón Vázquez. Inferno se presenta los martes y miércoles a las 21hs en el Teatro Astros, Avenida Corrientes 766.
M. Andrea Soto
