Debo iniciar mi reseña diciendo que, cuando leí la sinopsis de la obra Jarra de Porcelana, pensé que se trataba de una representación policial. Su resumen me llevó a eso: “José, un escritor, se encuentra en su monoambiente junto a un cadáver y no recuerda qué pasó. Sus únicas pistas son el texto de su novela adaptado a un unipersonal. Intenta salir del departamento, pero no encuentra sus llaves. Lucha por recordar, pero elementos de la ficción se confunden con fragmentos de realidad”. Este fragmento fue el que me llevó a creer que contemplaría una historia detectivesca. Sin embargo, Jarra de porcelana, de la autora Florencia Aroldi y dirección de Mariano Dossena, no es el relato de un misterioso asesinato, sino las reflexiones de un escritor que ha enloquecido. El protagonista, y único actor de la obra, ocupa los 50 minutos de función dialogando con uno de los personajes de su novela sobre el teatro y los elementos que lo componen.

Desde el principio vemos a José, interpretado por el talentoso Cristian Thorsen, mirando una pared en blanco mientras grita y convulsiona en diferentes estados de locura. Toda la obra estará encerrado entre paredes de vidrio y rodeado de un maniquí desmembrado. Una mesa blanca, una silla del mismo color, un marcador, una radio y un cuaderno le servirán de compañía. La escenografía de Nicolás Nanni, aunque simple, logra darnos todo lo que la trama necesita. La vestimenta blanca de paciente de hospital, con las manos y rostro pintados del mismo color, nos produce la impresión de estar frente a un hombre que pasa sus días en un centro psiquiátrico. Las luces, a cargo de Claudio Del Bianco, variarán durante la presentación entre los colores celeste, blanco, rosa, azul, violeta y rojo y ayudarán a darle intensidad a algunas escenas. Otro efecto con el que cuenta Jarra de Porcelana es el de la proyección de diferentes imágenes que nos mostrarán los delirios que sufre el protagonista. Imágenes de sangre que gotea por la pared y murciélagos violentos, entre otras cosas, nos adentrarán en la mente enferma de José.
La narración de la obra, me temo, no es del gusto de todos. Se centra mucho en el mundo de la interpretación y la escritura haciendo referencias y chistes que sólo los que conocen de aquellas artes podrán entender. Destaco solo tres chistes durante toda la representación que son entendibles para el público general. El resto de bromas solo podrá conseguir la risa de los licenciados, estudiosos o aficionados a la escritura y la dramaturgia.
Otro elemento que hace a esta obra no apta para todo público son sus escenas explícitas y fuertes. Podremos hallar la mención de actos y gestos sexuales bastante explícitos, convulsiones, gritos de locura y odio. Su estilo rompe con las estructuras clásicas del teatro y experimenta con nuevas. Hay una gran disconformidad con la realidad y esto es visible al mostrarnos a José en sus peores episodios de demencia. Estos detalles hacen que no muchos la disfruten. No es una función recomendada para niños, aunque sí para aquellos que quieren adentrarse en géneros poco convencionales.
Sin embargo, lo que destaca sobre todo en este espectáculo es la actuación de Cristian Thorsten, quien logra hacernos sentir que estamos realmente frente a un psicótico. El actor sabe transitar diferentes emociones, como la ira, la tristeza y la felicidad. Sus gestos, temblores y el cambio de tono en su voz, llegando a gritar por momentos, muestran los repentinos cambios de humor de un hombre que ha sido absorbido por el mundo de la escritura y la dramaturgia. Como si no fuera poco, logra pasarse toda la obra hablando solo, soportando el calor de los reflectores y un libreto exigente. Es, en verdad, un gran actor.
Para finalizar esta reseña recomiendo esta representación para aquellos amantes de las obras que no temen romper límites y darnos escenas fuertes. Aquellos que disfrutan con lo disruptivo gozarán de esta función. Sin embargo, si usted no es un gran conocedor del mundo de la gramática, la escritura y el teatro, no le recomendaré verla, ya que se perderá de comprender muchos de los chistes o de sentir la pasión que emana el personaje. Tampoco lo recomiendo para aquellos que buscan pasar una hora amena riéndose o estando en familia. Cuenta con escenas incómodas y su fin en sí no es divertir, sino hundirse en la mente desquiciada de un hombre que perdió la cordura por amor a la escritura y el mundo teatral.
Belén Cantorna
