| BUENOS AIRES |
Laponia es una obra que indaga sobre las discrepancias entre dos culturas: la europea y la latinoamericana. Desde el inicio la obra se centra entre las costumbres de una clase social media donde, para la familia argentina, sostener la leyenda de Papá Noel como una verdad absoluta hace parte del buen desarrollo de la infancia. Todo lo contrario de la crianza europea, donde, la lógica y percepción del mundo real permiten que la honestidad sea la base de la relación entre padres, madres, hijos e hijas.

La escena comienza con Mónica (Laura Oliva) enojada con Ana (Paula Ransenberg) y Fines (Jorge Suárez) ya que, Aina, su hija, le ha dicho al pequeño Martín que Papá Noel no existe. Esto hace que, después de recorrer kilómetros de distancia para festejar y pasar año nuevo en Finlandia, la magia de navidad se pierda porque Martín ya no cree a sus padres nada de lo que dicen. A partir de este conflicto se detonan otros más profundos respecto al concepto de verdad que tiene Fines y la mirada sobre la persona latinoamericana en el resto del mundo: la mentira vital hace parte de su cotidianidad, viene por añadidura y es imposible escapar de ella.
Durante todo el montaje se cuestiona un dicho muy popular el vivo vive del bobo. Para Fines -en medio de su rigurosa personalidad y su necesidad innata de confrontación ante la verdad, aunque sea cruda-, la hermana de Ana y Germán (Hector Díaz), su esposo, vienen de un país donde se celebra la mentira y el ganar a toda costa. La gente latinoamericana hace parte de las costumbres deshonrosas y mal logradas de la sociedad, donde, si se gana algo gracias a la ingenuidad o distracción del otro, se gana el doble. Se celebra entonces la mentira del triunfo y el triunfo gracias la mentira, como si toda persona argentina -en este caso-, fuera dibujada bajo un mismo boceto, haciendo predecibles sus acciones. Para Fines, el hombre occidental recto, honesto y puntual, la cultura europea representa la cuna de lo políticamente correcto, de las buenas acciones, de la virtud sobre la vida misma. Por eso, para él, aceptar la idea de la existencia de Papá Noel es ir contra esa virtud que exige la realidad y el mundo para vivir en él.
Cuando la verdad no incomoda, da risa
La pieza pone en evidencia la imagen del hombre europeo -muy a modo de Mesías- sobre la de las comunidades poco civilizadas y bárbaras de Latinoamérica. Es así como parte de los diálogos de los personajes recaen entre confrontar culturalmente la mejor sociedad: el primer mundo finlandés contra la clase social media argentina. Cada mundo representa un avance para la misma persona que lo defiende. Por un lado, está Mónica quien -gracias a la relación de mujer dominante sobre hombre dependiente sin posibilidad de replicar por el miedo que le siente a su pareja-, pone sobre la mesa la violencia como mejor manera de confrontar y realizarse como ser humana: la honestidad de la ofensa será la base de la relación entre la sociedad. Al otro extremo se encuentra Fines -un hombre respetuoso que manipula y logra sus objetivos gracias a una cierta agresividad pasiva en la relación que tiene con Ana-, quien argumenta su verdad cómo único modo para alcanzar la virtud en una sociedad avanzada en todo sentido. La mesura, la pausa y el pensamiento en frío hará parte de su forma de actuar y de educar a su hija Aina, siempre anteponiendo la razón sobre todas las cosas.
En medio de charla y charla, uno que otro chiste deja a la vista una sensación entre el colonizado y el colonizador, las costumbres forjadas a partir del oportunismo, el chantaje y la subestimación entre ambas culturas. Los personajes desean poner en el pedestal sus principios y valores sin dejar ver que, en realidad, solo develan los vicios y defectos que promueven el prejuicio escondido en un chiste y en la risa de cada espectador, como si, al ver la puesta la sala se reconociera como parte del prejuicio y señalamiento que hace tanto Mónica como Fines.
Uno de los momentos más particulares, incómodos y, por lo tanto, con más gracia -para la silletería-, fue cuando Mónica menciona al estudiante compañero de su hijo Martín: el negrito. Germán, su esposo, la corrige. “No se dice negrito, se dice negro”. Ella en cambio, muy audazmente responde “Es un chiquito morocho, por lo tanto, es un negrito”. Inmediatamente toda la sala rompió en carcajadas. Se cumplió un objetivo más: la inevitable risa socarrona sobre un tema de discriminación racial. Al parecer, otro de los prejuicios marcados tanto en asistentes como en la misma defensa de ese lado cultural era el racismo.
La magia del chantaje: cuando un drama pequeño burgués trasciende
Al finalizar la pieza se descubre que Aina en realidad no es hija biológica de Fines. Esto, juega en contra de Fines, quién, al sentirse acorralado frente a una verdad incómoda suplica a Mónica no develar la verdad a Aina, una niña de cuatro años y medio. La hermana de Ana, sabiendo el poder que tiene en sus manos decide hacerle una propuesta: el papá de Aina debe decirle que Papá Noel sí existe para que Martín, su hijo de cinco, pueda volver a creer en la magia de la navidad. Como si, de repente, ambos temas tuvieran el mismo peso psicológico en el desarrollo de la infancia. Un conflicto estimulante en la dramaturgia por lo mismo absurdo que resulta. Con él se reafirma una vez más el prejuicio de la cultura latinoamericana enmarcado en la vulnerabilidad del hombre europeo: ahora está en las manos de Mónica y debe ceder ante sus principios, ya que, saber si Papá Noel existe o no, tiene el mismo peso sobre la paternidad biológica.
Las actuaciones responden a las exigencias del texto, construir el estereotipo de manera efectiva para causar risas en silletería. La construcción de Jorge Suárez como Fines es destacable ya que se mantiene durante toda la pieza y logra una verosimilitud manteniendo los juegos guturales, la entonación y la construcción vocal como base para el desarrollo de pequeños juegos escénicos. La escenografía responde a una especie de hiperrealismo donde se construye la cocina y sala de estar de manera precisa.
Laponia es una obra escrita por Cristina Clemente y Marc Angelet, dirigida por Nelson Valente. Cuenta con las actuaciones de Jorge Suárez como Fines, Laura Oliva como Ana, su esposa. Hector Díaz interpretando a Germán y Paula Ransenberg como la hermana de Ana, Mónica. Actualmente se encuentra en cartelera en el Teatro Picadero, Enrique Santos Discépolo 1857, CABA.
M. Andrea Soto
