Me gusta: o la deconstrucción del amor
Asistí a uno de los más recientes estrenos de Javier Daulte, Me gusta, con el interés de conocer su trabajo como director, ya que, relacionaba su nombre con otros dramaturgos famosos como Spregelburd y Tantanian, esto sobre todo por La Escala Humana escrita y dirigida por ellos tres. Daulte hizo parte de esa generación de autores y directores del teatro independiente que se movían en la escena under argentina. Ahora, pasado el tiempo, su nombre figura en los afiches del teatro comercial de la Avenida Corrientes.

En esta ocasión el director le apostó a la obra Me gusta, una comedia escrita por Alberto Rojas Apel que hace un guiño a la deconstrucción del amor, sobre todo en relación con la monogamia, para replantearnos los obstáculos que puede tener un matrimonio de más de diez años frente a las nuevas formas de querer. En escena se encuentran Damián de Santo en el papel de Andrés, Julieta Zylberberg como Martina y Lu Grasso como Jowy. La historia se centra en la cotidianidad de Andrés y Martina, quienes viven en la monotonía y se conocen hasta el punto de saber la variedad de empanadas que pedirá cada uno en las salidas de fin de semana. La pareja tiene una hija cuidada por Jowy, su niñera. Todo el conflicto surge cuando Jowy decide renunciar a su trabajo, pues, empieza a sentir cosas hacia Andrés y Martina, confesándoles que se “enganchó” de ambos.
El ingenio de Rojas va más allá del simple hecho de jugar con un amor entre tres personas, pues, supera lo que en otras palabras podría representar el chiste flojo respecto a las diversas formas de querer. Y esto se nota sobre todo en el cliché que podría representar una trieja conformada por dos mujeres y un hombre donde -a ojos de la heteronormatividad-, quedaría en alto la figura del macho alfa. Rojas trasciende, pues, su propósito es develar el conflicto que representa la nueva forma de querer para un matrimonio que ha decidido “amarse hasta que la muerte los separe”. Entre escena y escena, el dramaturgo permite adentrarse en la historia de dos personas superadas por su época, donde las nuevas concepciones de amor, la lealtad y el amor no convencional, les ayudará a renovar su forma de querer y convivir, abandonando el mundo binario por uno donde existen matices entre diferentes tonalidades del cariño. Un texto ingenioso, donde la sutileza permite la jocosidad.
A esto se le suma el trabajo escenográfico de Julieta Kompel, donde la geometría juega un papel relevante para develar la vida interior de los personajes desde lo visual: las duplas, el orden de los decorados, el sofá y la mesa en el centro, las dos puertas a lado y lado, cada cosa se encuentra en su sitio y por eso mismo la monotonía se ha apoderado de una relación de más de diez años. Gracias a la iluminación de Matías Sendon los cambios entre escena y escena permiten adquirir una dimensión diferente, pues evoca una emoción, un conflicto y hasta la absoluta nada después de una tusa amorosa. La luz cobra vida, tiene una dramaturgia especial y sencilla abordada desde un telón blanco de fondo que cambiará de tono al igual que las perspectivas de vida y nuevos vínculos explorados por Martina, por Andrés y por Jowy. También es indispensable resaltar la producción del vestuario a cargo de Sheila Szulanski, ya que también genera contraste entre dos generaciones: las telas sedosas, el jean, la remera de algodón, las tonalidades más frías, opacas; frente a los atuendos más contemporáneos, la onda aesthetic con algunos tonos más fluorescentes, una mezcla de pasteles con mochilas infantiles.
En cuanto a la dirección, el trabajo de Daulte permite que cada actriz y actor puedan explotar al máximo sus juegos interpretativos. En este caso, el texto exige ritmos de interpretación diferentes para contrastar y generar comicidad: por un lado, se encuentra Andrés, un trabajador de finanzas que veía en algunas replicas una excusa diferente para dimensionar el mundo a partir del propio, toda la injerencia de la bolsa y cómo afectaba la misma a la cotidianidad de dos seres humanos. Por otro lado, se encuentra Martina, quién aceleraba o desaceleraba su cuerpo de acuerdo con el grado de tensión o desinhibición de la situación. En este caso Zylberberg se permite algunos juegos físicos para abrir textos, todo muy medido, hasta el uso marcado de la consonante r para enviar el impulso del texto a su interlocutor. Finalmente, el trabajo de Grasso permite un buen contraste, desde su hablar rápido, el uso de sus manos para explicar sus sentimientos, la actriz logra interpretar en un solo personaje toda una nueva generación. En este caso, el trio actoral, se escucha y está atento a cada impulso de texto entre diálogo y diálogo, dando dinamismo a toda la pieza. Solamente pondría especial atención en dos falsos finales que lastimosamente opacan el gran final del espectáculo, pues, la frase final no cobra el impulso o la dirección necesaria para convertirse en el cierre, en el punto final de la historia.
Me gusta se presenta en El Paseo la Plaza, Sala Pablo Neruda los viernes y sábados a las 21:30 hs y los domingos a las 21hs.
M. Andrea Soto
